Crítica de "Shame"

Hay guiones valientes, directores valientes, actores valientes (productores no se si quedan). Cuando se juntan, podemos ver películas como 'Shame', que no para de cosechar premios. El camaleónico Michael Fassbender ('Un Método Peligroso'), se pone a las órdenes del director y guionista Steve McQueen, y juntos nos cuentan una historia seria, rotunda, directa, sobre el comportamiento obsesivo y la adicción al sexo. Fassbender, actor en racha, al que no le importa mostrar sus notables atributos frente a la cámara mientras pasea por su apartamento, se levanta cada mañana con una sola idea: el orgasmo.

Huyendo del amor como si fuera una plaga y del compromiso, se rodea de todas posibilidades que nos ofrece la sociedad moderna para alimentar su comportamiento compulsivo: revistas, páginas de sexo interactivo, servicios scort... Ni siquiera la aparición repentina de su frágil y atribulada hermana, conseguirá frenar su comportamiento primario y desbocado. Aquella enseñanza de los sabios griegos, el famoso 'nada en exceso', no tiene cabida en el mundo hedonista y superficial del personaje que, aunque abrasado por un rijo inextinguible, no deja de ser una persona más o menos buena, amable, honesta.

No obstante, la oscuridad de la que es prisionero, se revela sobre todo en las secuencias finales. Harto de la intromisión necesitada de la hermana, en su mundo lleno de individualidad y onanismo, decide aventurarse al exterior, a los bares, a los lupanares, a los lugares y a las horas que sólo los más decrépitos, los más enganchados y pervertidos, utilizan para aliviar su estimulante pasión. El sexo, dicen, es el único pecado que, cometiéndolo, da placer a otros. Quizá sea esto último lo que redime al personaje. McQueen, 'pasa' de una puesta en escena artificiosa y de un montaje tramposo; nos ofrece un ritmo lento, pero eficaz; Fassbender, por su parte, nos regala una arriesgadísima interpretación, de 10, de Oscar: 'Shame'.